11 octubre, 2023

“He besado más botellas que personas y sinceramente, una resaca duele menos que un desamor.” Charles Bukowski

Paris no se acaba nunca

11 octubre, 2023

Cuando se finge el amor se corre el riesgo de llegar a sentirlo, quien parodia sin las debidas precauciones acaba siendo víctima de su propia astucia. Y aunque las tome, acaba siendo víctima igualmente. Ya lo dijo Pascal: «Es casi imposible fingir que se ama sin transformarse ya en amante.»

Paris no se acaba nunca

Enrique Vila-Matas

El eco negro

19 julio, 2023

Aparcaron delante de la casa de Eleanor Wish, una vivienda realquilada a dos manzanas de la playa, en Santa Mónica. Mientras entraban, ella le confesó a Bosch que, aunque vivía muy cerca del océano, si quería verlo, tenía que salir al balcón de su dormitorio y estirar el cuello hacia Ocean Park Boulevard. Desde allí se divisaba un trocito del Pacífico, entre las dos torres de apartamentos que hacían guardia frente a la costa. Desde aquel ángulo, comentó ella, también se veía el dormitorio del vecino de al lado. Su vecino era un actor de televisión ahora pasado de moda y convertido en camello de poca monta que no hacía más que traerse mujeres a casa, lo cual, según Eleanor, estropeaba un poco la vista. Una vez dentro, le dijo a Bosch que se sentara en la sala de estar mientras ella preparaba la cena.

—Si te gusta el jazz, ahí hay un CD que acabo de comprar. Aún no he tenido tiempo de escucharlo —sugirió ella.

Bosch se dirigió a la cadena, que estaba metida en una estantería rodeada de libros y seleccionó el nuevo disco. Al ver que se trataba de Falling in love with jazz de Sonny Rollins, sonrió, porque él también lo tenía en casa. Era un buen punto en común. Bosch abrió la caja, puso el CD y empezó a curiosear por la sala. Los muebles estaban decorados con telas de colores pastel y, delante de un sofá azul claro, había una mesa baja de cristal con varias revistas de decoración y libros de arquitectura. Todo estaba limpio y ordenado. En una pared junto a la puerta, Bosch reparó en un cuadrito con las palabras «Bienvenidos a esta casa» bordadas en punto de cruz. En una esquina descubrió la firma «EDS 1970» y se preguntó qué querría decir la última letra.

Bosch descubrió otra afinidad con Eleanor Wish cuando se volvió y vio, en la pared donde estaba el sofá, una reproducción en un marco negro de Aves Nocturnas, de Edward Hopper. Aunque Bosch no lo tenía en casa, conocía el cuadro y a veces pensaba en él cuando se hallaba inmerso en un caso o en una vigilancia. Había visto el original en Chicago y lo había contemplado durante casi una hora. Un hombre callado y misterioso, sentado en la barra de un café, está mirando a otro cliente muy parecido a él. La diferencia reside en que el segundo está con una mujer. De algún modo Bosch se identificaba con el primer personaje. «Yo soy el solitario —pensó—. El ave nocturna». Se dio cuenta de que el cuadro, con sus tonos oscuros y sus sombras, no pegaba en aquel apartamento. Su negrura contrastaba con los colores pastel de la habitación. ¿Por qué lo tenía Eleanor? ¿Qué veía en él?

Crédito:

Libro: El eco negro

Autor: Michael Conelli

Estracto

El eco negro

19 julio, 2023

Harry llegó a casa a las nueve. A pesar de que la luz roja de su contestador automático parpadeaba, no había ningún mensaje; sólo el ruido de alguien que colgaba.

Harry encendió la radio para escuchar el partido de los Dodgers, pero luego la apagó; estaba cansado de oír a gente. En su lugar, puso varios CD de Sonny Rollins, Frank Morgan y Branford Marsalis: música de saxo. Luego extendió las carpetas en la mesa del comedor y destapó una botella de cerveza. «Alcohol y jazz —pensó mientras bebía—. Duermes con la ropa puesta. Eres un poli tópico, Bosch. Un libro abierto, como todos los demás idiotas que deben de intentar ligar con ella cada día. Venga, concéntrate en lo que tienes delante». Bosch abrió el expediente de Meadows y lo leyó detenidamente; antes, en el coche con Wish, sólo lo había ojeado por encima.

Crédito:

Libro: El eco negro

Autor: Michael Conelli

Estracto

El eco negro

18 julio, 2023

El sol del atardecer había teñido el cielo de un rosa y naranja subidos como el equipo de un surfista. «Qué falso», pensó Bosch mientras conducía hacia el norte por la autopista, de camino a casa. Los atardeceres en Los Ángeles siempre eran así; uno se olvidaba de que era la contaminación lo que hacía que los colores brillaran tanto, de que detrás de cada imagen de postal a menudo se ocultaba una historia horrible.

El sol flotaba como una bola de cobre al otro lado de la ventanilla del conductor, mientras por la radio sonaba Soul Eyes, de John Coltrane. En el asiento derecho yacía la carpeta con los recortes de periódico que le había dado Bremmer, y encima de ellos, un paquete de seis latas de cerveza. Bosch cogió la salida de Barham y luego enfiló Woodrow Wilson en dirección a las colinas que se alzaban sobre Studio City. Su casa era poco más que una cabaña de madera con una sola habitación, algo más amplia que un garaje de Beverly Hills. La construcción sobresalía de la montaña y se sustentaba por tres pilones de acero en el centro. No era precisamente el mejor lugar donde cobijarse durante un temblor de tierra, ya que parecía retar a la Madre Naturaleza a que lo empujara colina abajo como un trineo. Pero la panorámica valía la pena; desde la terraza trasera se veía más allá de Burbank y Glendale, hacia el noreste. También se divisaba el perfil púrpura intenso de las montañas de Pasadena y Altadena, y a veces incluso se vislumbraban las nubes del humo y el resplandor anaranjado de los frecuentes incendios de monte bajo. Por la noche disminuía el ruido de la autopista que yacía a sus pies y los focos de los estudios Universal barrían el cielo. Al contemplar el valle de San Fernando, a Bosch le invadía una sensación inexplicable de poder. Aquélla había sido una razón, la más importante, por la que había escogido aquella casa y por la que nunca se mudaría de allí.

Bosch la había comprado hacía ocho años con una entrada de cincuenta mil dólares, antes del auge inmobiliario. Aquello le había dejado con una hipoteca de mil cuatrocientos dólares al mes, suma que podía permitirse, ya que sus únicos gastos se reducían a comida, alcohol y jazz.

Crédito:

Libro: El eco negro

Autor: Michael Conelli

Estracto

Nadie conoce el juego de nadie.

14 marzo, 2023

Nadie conoce el juego de nadie. Ni uno mismo puede adivinar su próxima apuesta, el próximo envite. De repente, llega la carta y descubres juego o pasas. No hay más. Y él, él, él es rápido, es tramposo, es ventajista desde ese lugar donde todo le da igual y por eso siempre puede amañar el juego, cambiar las normas, arreglar cualquier cosa.

Libro: Taxi

Autor:Carlos Zanón

Reflexión Inesperada ¿Morir… vivir? ¿Vivir… morir?

28 diciembre, 2012

La muerte acompaña al vivir, sin vivir no hay muerte, lo sabemos. Muchas veces nos hemos preguntado por ¿qué será la muerte? O por ¿cómo será el morir? Otros mueren, los vemos morir, y vemos que una vez muerto el que muere no está. Tenemos recuerdos, tal vez soñamos y lo que pensamos, soñamos o recordamos tiene que ver con nosotros, con nuestros sentires íntimos, con lo que hicimos o no hicimos, … con lo que ahora pensamos que deberíamos o hubiésemos querido hacer. La mayor parte de las veces la muerte no parece tener que ver con nosotros porque es la de otro u otra, aunque a veces sí.

Muchos años atrás estuve enfermo de tuberculosis pulmonar. Estaba en el comienzo de mis estudios de medicina. En esa época uno se moría de tuberculosis y yo sabía que me iba a morir. Lo sabía porque podía ver el curso de mi deterioro y el progreso de mi enfermedad. No quería que mi madre lo supiese, aunque sin duda ella también lo sabía, porque quería evitarle un dolor anticipado. No morí, la estreptomicina que acababa de aparecer en el ámbito médico me salvó. Sin embargo, mientras sabía que me moría viví algo que quiero relatar. Estaba hospitalizado y mi habitación era un pequeño recinto abierto a un jardín del cual estaba separada por un corredor. Un día, mientras desde mi lecho contemplaba el jardín, dos enfermeros que llevaban una camilla con una persona del pabellón de tuberculosos que acababa de morir se detuvieron ante mi puerta abierta a conversar. Yo sabía de que se trataba, y contemplé a esa persona muerta que no veía porque estaba cubierta por una sábana blanca, pero que estaba presente allí conmigo, y escribí un poema que transcribo a continuación:

“¿Qué es la muerte para el que la mira? ¿Qué es la muerte para el que la siente? Pesadez ignota, incomprensible, …

dolor que el egoísmo trae para ese. Silencio, paz y nada, para éste.

Sin embargo el uno siente que su orgullo se rebela …

que su mente no soporta …

que tras la muerte nada quede, … que tras la muerte esté la muerte. El otro, en su paz, en su silencio, …

en su majestad inconsciente siente …

nada siente, nada sabe porque tras la muerte está la vida que sin la muerte sólo es muerte.”

La muerte de otros nos conmueve porque nos hace pensar en la vida… en lo que la destruye en el fluir del tiempo en la vejez y las enfermedades … y ahora en los terremotos y maremotos como los de Chile y el Japón. Las destrucciones, las muertes desde una dinámica que se desencadena de modo repentino e inexorable. En Chile tal vez pensemos el mito del pueblo Mapuche que nos muestra su sabiduría histórica al hablarnos de la lucha de la gran serpiente terrestre y la gran serpiente marina que nos manda huir hacia las montañas. Al pensar en el Japón compartimos su dolor porque lo conocemos, sin embargo al verlo nos indignamos también ante las cegueras y ambiciones que genera la seducción de la arrogancia de la gran serpiente tecnológica que nos obnubila con sus promesas de poder infinito que nos lleva a perder la cordura y a hacer las cosas consciente o inconscientemente mal cuando sabemos hacerlas mejor.

La muerte no es evitable, pero podemos recuperar la cordura, la armonía del corazón y la razón haciéndonos responsables de lo que sabemos, y de que de hecho sabemos todo lo que necesitamos saber para generar bien-estar en el convivir de la humanidad, aún si no siempre comprendemos nuestro saber. El poema de más arriba termina diciendo: “… tras la muerte está la vida que sin la muerte sólo es muerte.” Pero no habla de la vida como un valor, sino que habla de ella en el vivirla.

Estamos destruyéndonos y destruyendo la biosfera-antroposfera con un continuo crecimiento desbordado de la población; estamos generando pobreza con una continua extracción desbordada de lo que la biosfera-antroposfera nos puede proporcionar; estamos generando mal-estar, enfermedades y desarmonía ecológica con una continua y desbordada contaminación de la biosfera-antroposfera al botar desechos en ella con más rapidez de aquella con que ella los puede procesar … Las serpientes de la vanidad tecnológica, de la ceguera de las ambiciones económicas, de la ambición de riqueza y poder … de saber que siempre podemos inventar alguna teoría que puede seducir a otros a creer como válido lo que justificamos con ella. Pero en el fondo de nosotros sabemos que eso no está bien porque no trae de verdad bien-estar, estética, alegría y dignidad a nuestro vivir, … al vivir de la humanidad en la antroposfera- biosfera. ¿Cuál es la salida? El convivir en el sentir y el ver del camino del amar en la co -inspiración de corregir juntos los errores que despiertan las serpientes que nos llevan a la destrucción de la armonía antroposfera-biosfera.

En fin, esa es nuestra oportunidad; cada uno sólo puede actuar desde su localidad y lo hará siempre desde su entendimiento… “… porque tras la muerte está la vida que sin la muerte sólo es muerte.”

Lo central del vivir morir es el vivir, ¿cómo queremos vivir-convivir? Los seres humanos somos los únicos seres vivos que conocemos que pueden ser conscientes de que escogen lo que escogen en el momento de escogerlo, ¿qué vivir escogemos vivir?

Escoger es acto fundamental de responsabilidad del vivir-convivir humano.

Humberto Maturana Romesín

Fuente

Bolaño y la huella de un exilio permanente

28 diciembre, 2012
Nuestra sociedad moderna, insaciable en la sed de géneros tecnológicos, artículos técnicos y una vida basada en la utilidad y la eficiencia, la velocidad y la practicidad, ha dejado atrás el afán postmoderno de disgregar el poder de los libros, de negarlos o marginarlos; en su lugar, ha consolidado una estrategia de mercado, con matices políticos, económicos, ideológicos, etc. 

 

Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.
Roberto Bolaño.
Nuestra sociedad moderna, insaciable en la sed de géneros tecnológicos, artículos técnicos y una vida basada en la utilidad y la eficiencia, la velocidad y la practicidad, ha dejado atrás el afán postmoderno de disgregar el poder de los libros, de negarlos o marginarlos; en su lugar, ha consolidado una estrategia de mercado, con matices políticos, económicos, ideológicos, etc.
Bien conocidos son los libros de tiraje espectacular que, más allá de ofrecerle al lector una renovación y confrontación de su cosmogonía, lo único que pretenden es devolver una mirada simplista del mundo que satisfaga a las sociedades autocomplacientes.
La editorial Anagrama edita una senda lista de escritores latinoamericanos de los cuales Roberto Bolaño es el más difundido. Para ser literatura de cierto nivel intelectual, Bolaño se vende en tirajes de dimensión mayor y ha sido traducido a muchos idiomas. Existe el debate que confronta la idea de que es un buen escritor con la de que sólo sea moda; un producto mercantil que nos desencante con el tiempo. Sin embargo difiero profundamente de estas posiciones que, por increíble que parezca, incluso en la academia sobresalen, pues ya han pasado más de quince años desde su primer libro y su literatura sigue produciendo nuevos significados en sus lectores.
Roberto Bolaño nació el 28 de abril de 1953, en Santiago de Chile. Dos años después, al norte del continente americano, Vladimir Nabokov, escritor ruso exiliado, primero a Alemania para escapar de la Revolución y posteriormente a Estados Unidos, huyendo de los terrores de la Segunda Guerra Mundial, publicó su obra más importante: Lolita.
Nabokov no sólo comparte con Bolaño un paralelismo insípido; los dos escritores sufrieron el exilio por causas obligadas, por una política de la violencia que su contexto ejercía sobre las sociedades segregadas. Además, así como Nabokov, siendo ruso escribió una de las novelas más trascendentes escritas en Estados Unidos y sobre la sociedad norteamericana, el escritor latinoamericano Roberto Bolaño, siendo chileno, escribió una novela fundamental para la nueva narrativa mexicana y desarrolló la recuperación de tópicos, personajes históricos, poetas y movimientos que en México fueron vertebrales como el Infrarrealismo.
Roberto Bolaño no concibió la obra literaria como un objeto simétrico y al cual había que encontrarle una lógica cuasi matemática para lograrla, sino que buscó la perfección de las cosas vivas, la complicidad con lo irregular, aquello que Baudelaire llamaba lo bizarro: “esa hendidura por la cual asoman el vacío, la muerte, lo horrible, lo innominable”.
Ahí, en la hendidura del vacío, es donde los personajes de Bolaño encuentran cabida. En su obra, abundan los seres exiliados, los personajes solitarios; dos estandartes de la historia. La voz del solitario es palabra de subversión; lo es porque funciona como la respuesta a esa vida indominable, que desde el principio del principio echa abajo las paredes que la sociedad civilizada levanta para contenerla, constreñirla y domesticarla.
La otra, la voz del exilio, es eco y anuncio de otras voces, es un acorde que articula los sonidos de la violencia latinoamericana y de las comunidades exiliadas por las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX en toda Sudamérica.
En Bolaño la literatura es personaje y pretexto. En Últimos atardeceres en la tierra como en Sensini, dos cuentos primordiales del autor,  la dimensión literaria se sumerge dentro de la narración misma, es decir, una metaliteratura se nos ofrece descarnadamente, pues no sobran las alusiones, los contratos, los préstamos literarios, las influencias, los demonios, todo el tiempo girando en torno a la literatura.
En Bolaño leemos las voces de personajes movidos por una especie de miedo a sí mismos, a la fabulación de su contexto, los personajes de Bolaño son una cartografía del destierro, una y otra vez, tratan de convivir entre sí, aunque sea implícitamente pero esperando que todo salga mal. En el cuento  Últimos atardeceres en la tierra, el protagonista vive un hastío a lado de su padre, después de una serie de peripecias en el puerto de Acapulco, se da cuenta que la única manera de estar juntos –paradójica forma de convivencia humana– es a través de la violencia, a través de engendrar a Dionisio, el dios del vino y la fiesta; sólo liberando lo dionisiaco, los protagonistas se reinventan y se dan cuenta de que están destinados a la destrucción, lo cual no le afecta en mucho, pues el salvajismo es el único lado posible de la humanidad alienante.
Es el principio del mal en la obra de Bolaño. El exilio obligado como ejercicio de la violencia a través del Estado, instituciones o estamentos; la violación del libre albedrío y la propagación del terror sobre las mentes desterradas son hitos que no solo suceden en Latinoamérica sino en todo el mundo. El exterminio es omnipresente. El dolor tambien. Sin embargo, el escritor exiliado articula una narración como respuesta a su contexto.
La respuesta de Bolaño a la historia es la memoria infatigable. Recordar es narrar. Recrear el pasado es volver a narrarlo; y en esa simultaneidad está el acierto de nuestro autor, que al mismo tiempo que los personajes narran, van reconstruyendo la disección del pasado, esa arquitectura de lo indeleble.
CREDITOS:
David Venegas.
Colaboración: AdQat Literatura.
Twitter: @davenegasm

La viuda del escritor, Carolina López: «Roberto Bolaño tuvo tiempo de disfrutar el reconocimiento»

28 diciembre, 2012

«Era muy exigente en ética; difícilmente perdonaba actitudes desleales»

Cultura | 19/12/2010 – 02:30h

Josep MassotCREDITO: JOSEP MASSOT

Barcelona

En julio, Patti Smith estrenaba en España su tema ‘Black Leaves’. “Hojas negras, hojas negras, hojas negras están cayendo…” ante una audiencia hipnotizada. Le acompañaba a la guitarra un joven con melena a lo Bob Dylan, Lautaro, hijo de Roberto Bolaño. Días antes, Patti Smith había querido conocer a la familia del escritor. La cantante, que acaba de ganar el National Book Award por su libro ‘JustKids’, tuvo que emplearse a fondo para vencer la resistencia de Carolina López, reacia a tener cualquier protagonismo. Le acabó de convencer la pasión de la cantante por la obra de su marido y meses después, en Madrid, Patti Smith le dedicó la canción ‘Wing’. “Yo era una mariposa en el cielo azul/ elevándose sobre el océano,/ elevándose sobre España/ y me sentía libre, sin necesidad de nadie,/ y era hermoso/ era hermoso”.

Han pasado siete años desde la muerte del autor de ‘Los detectives salvajes’ y Carolina sigue viviendo en Blanes, intentando salvaguardar su vida anónima y velando por sus hijos y la obra de Bolaño. Durante estos años, la familia, alejada de las intrigas de la industria editorial, ha sufrido en silencio injurias e infamias, proclamadas sin conocimiento de causa. Sólo ha hablado con la prensa en tres ocasiones, y siempre a través de comunicados: para desmentir la adicción de Bolaño a la heroína, cuando el bulo llegó a la prensa norteamericana; para expresar su desacuerdo con el rostro de Hitler en la portada elegida por Seix Barral para ‘La literatura Nazi en América’ y para aclarar que no había ningún contrato cinematográfico vigente del libro ‘Los detectives salvajes’. Ahora, con motivo de la publicación de ‘Los sinsabores del verdadero policía’, ha querido conceder a ‘La Vanguardia’ una entrevista.

¿Cómo se conocieron?
Nos conocimos en Girona en 1981, Roberto tenía 28 años y yo, 20. El invierno de 1984 comenzamos a vivir juntos. En 1985 nos casamos y ese verano fuimos a Blanes para que Roberto trabajara en la tienda de bisutería de su madre Victoria. Ese mismo verano yo empecé a trabajar en el Ayuntamiento y eso hizo que nos estableciéramos de forma permanente en Blanes.

¿Cómo era Bolaño?
Roberto era una persona muy inteligente, con una memoria prodigiosa y una curiosidad inagotable. Dulce y cariñoso con una capacidad lúdica que  abarcaba toda clase de juegos. Gran conversador. Al mismo tiempo era una persona muy exigente en sus concepciones éticas que difícilmente perdonaba actitudes desleales. Leía mucho. Era un gran lector, clásicos, poesía, ciencia-ficción, de todo. Le fascinaban también las guerras mundiales, las estrategias, tal vez, porque su abuelo era militar. A veces me enfadaba con él porque se ponía a jugar con Lautaro hasta entrada la noche juegos de estrategia. Se enfrascaba en ellos y perdía la noción del tiempo. Como en el juego, en la literatura, en el amor, en la amistad o enemistad, en realidad ante la vida, tenía una actitud vital completamente desmesurada y esto hacía muy divertida e interesante la vida en común, también muy complicada.

El fracaso es una de las ideas recurrentes en su novela.
Porque él experimentó el fracaso como un caso propio. No empezó a publicar en una editorial importante hasta los 43 años y eso es terrible para alguien que desde los 17 o 18 años vivía la literatura o que creó el infrarrealismo en México. No es verdad que viviera de los premios literarios. La mayoría tenían dotaciones miserables, apenas le daban dinero; en todo caso, dosis de moral cuando los ganaba.

Me refería al fracaso de la izquierda revolucionaria.
Él fue un hombre adscrito a la izquierda y entregado al sueño de la revolución. Él mismo relata su viaje al Chile de Allende para vivir la transformación de su país. Su desengaño también está narrado por el mismo. Creo que ese desengaño ha marcado toda una generación y en su caso es una constante de su literatura.

¿Llegó a tiempo de paladear el éxito?
Tuvo tiempo de disfrutar el reconocimiento. Tuvo la tranquilidad de saber, por fin, que todo lo que escribiera se iba a publicar. Es algo que hay que agradecer a Jorge Herralde. Pudo también saberse muy valorado por la crítica literaria y por algunos de los escritores que había leído con atención desde hacía años, como Pere Gimferrer, Enrique Vila-Matas o Susan Sontag. Pudo recibir premios importantes…

¿Le cambió?
No le cambió. El reconocimiento le puso en contacto con otros escritores contemporáneos y con el ambiente literario de Barcelona: le permitió conocer a mucha gente, pero sus prioridades y su cotidianidad siguieron igual.

¿Ha tenido problemas contractuales con el editor?
Sí, los hubo, y eso explicaría algunos de mis movimientos iniciales. Ahora están resueltos y no es adecuado hacerlos públicos.

¿Qué instrucciones le dio Roberto Bolaño antes de morir?
Estaba muy preocupado por el futuro de nuestros hijos. Lautaro tenía trece años y Alexandra sólo dos. Me dejó los cinco diskettes que contenían los cinco libros de ‘2666’ y dejó el encargo de publicarlos por separado a razón de uno cada año para capitalizarnos y salir adelante. Pero sabiendo que Roberto la consideraba una única novela y que quería publicarla íntegra en un solo volumen no se planteó otra posibilidad. En los meses de espera del trasplante, para Roberto era importante hablar y darme instrucciones de lo que tenía que hacer si las cosas salían mal: repetía hasta el hartazgo que no olvidara que todo lo suyo era de los niños y mío y que nunca tuviera duda  sobre ello, cómo tenía que ser el entierro… Lo planteaba todo con una  naturalidad absoluta, con un sentido del humor muy propio en él, pero fuera de lo común, se reía de todo. Lo recuerdo riéndose con Lautaro: “Si me muero, cuando nos volvamos a ver tú serás más viejo que yo”. Para mí eran conversaciones dolorosas. Ahora se las agradezco, me han ayudado mucho y creo que a Lautaro también.

¿Nombró Bolaño albacea literario?
No, no. El albacea literario es una figura jurídica y Roberto ni lo puso por escrito ni mencionó jamás esa posibilidad. Roberto sabía que yo no estaba metida en el mundo editorial y por eso me dijo que, si necesitaba ayuda, recurriera a su amigo Ignacio Echevarría, crítico literario que entonces publicaba sus reseñas en ‘El País’. Esto consta por escrito en la ‘Nota de los Herederos’ de ‘2666’ que se publicó en la primera edición de esta novela. Le pedí ayuda para que hiciera un inventario. Antes de esto, por iniciativa propia, él preparó el libro ‘Entre Paréntesis’ y, tras el inventario,’ El secreto del mal’. Su trabajo de apoyo a la edición de ‘2666’ corrió a cargo de Jorge Herralde. En realidad él ha sido siempre una persona próxima a la editorial. Que se afirme que Roberto nombró albacea a Ignacio Echevarría es un malentendido, que creo él ha intentado desmentir más de una  vez. Roberto tenía muy claro que en caso de que las cosa fueran muy mal, iba a ser yo y después sus hijos los responsables de su obra. En la última entrevista que concedió a Mónica Maristain, quince días antes de ingresar en el hospital, cuando le preguntan “¿Cuál es la opinión en torno a su obra que más valora?”, él responde “mis libros los lee Carolina y después Herralde y después procuro olvidarlos para siempre”.

¿Cómo vivió tantos años de ninguneo?
Roberto no necesitó publicar para tener la convicción de que era escritor y que su obra era importante, prueba de ello es que nunca dejó de escribir y de guardar todo aquello que escribía. La falta de reconocimiento implicó falta de dinero y vivir al margen de lo socialmente admitido. Cuando se vive pobremente, el dinero no tiene tanta importancia. Roberto fue un hombre muy valiente, sólo quiso vivir la literatura creando su propia obra. No podía renunciar al sueño de sentir la literatura como su destino, esto es lo que lo hace maravilloso como hombre y como escritor, esa pasión se transmite en su literatura.

¿Le ha defraudado mucha gente?
Más que hablar de la gente que me ha defraudado quiero hablar de los  amigos que durante estos años nos han apoyado, algunos con su presencia constante y otros desde la distancia: Enrique Vila-Matas, Paula, A. G. Porta y Anna, Rodrigo Fresán y Ana… y otros que no doy sus nombres porque no son públicos.

Su silencio ha dado pábulo a muchas leyendas.
Mi silencio responde al respeto hacia Roberto, a mis hijos, y por supuesto hacia mí. Ha sido muy complicado para nosotros situarnos ante Roberto,  como un personaje público. Su ausencia lo marca todo, puesto que muchas de las cosas que se dicen, no se atreverían a decirlas si él estuviera. Cualquier persona puede decir y reinterpretar su vida, algunos correos electrónicos se convierten en la base de una gran amistad, una relación profesional en una amistad íntima. Los ejemplos podrían ser muchos, pareciera que quien quiere, puede publicar cualquier teoría sobre su vida privada. Yo siempre he confiado en la inteligencia y el sentido común de las personas y no he perdido esa confianza, creo que la gente sabe discernir entre la verdad y la mentira. Esto no evita que para nosotros pueda resultar doloroso. Mantengo una actitud muy rigurosa para preservar la intimidad de mis hijos y la mía. Está claro que lo público de Roberto es su literatura, y de su vida personal, todo aquello que él quiso compartir; si leemos sus entrevistas, veremos que Roberto habló mucho de su vida privada.

¿Cuál es este legado? Desde su muerte han salido varios libros.
Al morir Roberto, encontramos cajas con una cantidad ingente de manuscritos, notas, proyectos, sobre todo de poesía, documentos mecanoscritos… Mucho de este material está escrito a máquina mecánica, lo que nos ha facilitado datarlo, porque en 1993 se compró una máquina eléctrica y en 1995 compramos el ordenador. Además están los archivos informáticos y muchas páginas impresas con la letra del ordenador, pero que Roberto ni guardó en diskette ni en el disco duro. Hemos iniciado el proceso de clasificación de todo el material y hemos hecho una primera lectura. Estamos en fase de estudio.

¿Los ‘Sinsabores del verdadero policía’ es la última novela?
Es la que trabajó más tardíamente.

¿Qué criterio sigue para dar o no a la imprenta un texto que no
publicó su marido en vida?
Cuando un escritor es muy reconocido universalmente, como en el caso de Bolaño, los lectores agradecen que se publiquen hasta sus diarios o su correspondencia, así como ciertos documentos o textos (siempre que tengan valor literario) que hubieran podido quedar inéditos. Todo es publicable, pero siempre aplicando criterios. El principal: respetar escrupulosamente el texto dejado por el autor, así como contextualizarlo para que el lector tenga la información necesaria, e incorporarlo al conjunto de su obra sin que la desmerezca. En el caso de Roberto, dejando al margen ‘2666’, puesto que él lo dio como publicable, he coordinado directamente la edición de ‘La Universidad Desconocida’, ‘El Tercer Reich’ y ‘Los sinsabores del verdadero policía’. Además de los criterios señalados, se ha trabajado con textos que en algún momento Roberto consideró finalizados; se ha realizado un riguroso estudio en el archivo del autor de toda la documentación vinculada al texto, garantizando un máximo de información y veracidad. En los tres libros he tenido la suerte de disponer del asesoramiento de excelentes profesionales del ámbito de la edición.

¿Qué le llevó a cambiar de la agencia Balcells a la de Wylie?
Creo que no es el momento de hablar de ello. Si de manifestar públicamente mi satisfacción por el trabajo de la Agencia Wylie.

¿Queda algo más publicable?
Hay que esperar a terminar un estudio completo y profundo para responder con seriedad.

¿Qué hará con los archivos?
Es una decisión que me gustaría tomar con mis hijos y para que esto suceda quedan algunos años.

Fuente

El vuelo de la reina, de Tomás Eloy Martínez

16 diciembre, 2012

Por Leonardo Tarifeño

Tomás Eloy Martínez, El vuelo de la reina, Premio Alfaguara de Novela 2002, Madrid, 2002, 296 pp.

NOVELA
Soberbia por encargo

Antes de convertirse en El vuelo de la reina, este libro de Tomás Eloy Martínez se pensó como Soberbia, el primer título del encargo hecho al autor por parte de la editorial brasileña Objetiva. Esta editorial publica la colección Plenos Pecados desde 1998, con obras de Luis Fernando Verissimo (Gula) y Joao Ubaldo Ribeiro (Lujuria) como parte de un proyecto de ficcionalización de los pecados capitales a cargo de diversos narradores de prestigio. Y así fue como Soberbia apareció en ocasión de la última Feria de Sao Paulo, mientras en Hispanoamérica se consagraba a Martínez y ese mismo texto como los ganadores del Premio Alfaguara de Novela 2002.
Lo extraño es el tipo de reencarnación que transformó Soberbia en El vuelo de la reina. El lector malpensado imaginará que el autor sólo vendió a Objetiva los derechos en portugués para luego, en una maniobra jamás vista, llevarse uno de los premios mejor dotados en lengua española con una novela encargada y contratada previamente por otra editorial. Quizás en algún espacio no del todo ajeno a la crítica convendría analizar la rectitud de negocios semejantes; mientras tanto, habrá que limitarse a pensar los efectos literarios de unas condiciones de producción más cercanas a la urgencia mercantil que a la creación artística.
En esa línea, y en tanto novela escrita sobre pedido, Soberbia se ajusta a la demanda de Objetiva con el profesionalismo de un narrador experto en sobrevivir al filo de los deadlines periodísticos. Dicen que la única verdad del periodismo es el cierre. Y educado en esa pedagogía del plazo y la precisión, Tomás Eloy Martínez escribió una novela —Soberbia— que cumple con todas las cláusulas de su encargo. Por ejemplo, hacer referencias al Brasil en microhistorias como la de la caída moral de Antonio Pimenta Neves, director del diario O Estado de São Paulo, que sirve de contrapunto a la historia central, la de un periodista argentino obsesionado por una reportera a la que convierte en su amante y víctima. La anécdota de Pimenta Neves resulta muy adecuada e ilustrativa para el lector brasileño, y es posible que Soberbia funcione gracias a ese menú de detalles. Pero esa misma atención en los requisitos del encargo suena gratuita y efectista ante un lector ajeno al proyecto de Objetiva, y de ahí que El vuelo de la reina resulte vacía y desconcertante sin la referencia explícita a los pecados capitales.
Olvidada por el marco religioso que orienta la lectura de SoberbiaEl vuelo de la reina pierde el juego místico y transforma el pecado del protagonista en el eco psicológico de un trauma infantil. Camargo, el combativo director de un diario argentino en tiempos corruptos, es abandonado por su madre cuando todavía es un niño; la memoria de esa fuga se activa con otro abandono, el de su amante Reina, y a partir de entonces el crimen será la única alternativa para conjurar la ausencia materna y el rechazo amoroso. «La ternura perdida era como una pierna o un oído que le hubieran quitado y que lo disminuía ante las demás personas», dice el narrador, y Camargo llena ese vacío con la soberbia que le permitirá, a través del castigo físico a Reina, restaurar un orden ético donde la amenazante libertad de las mujeres siempre es condicional.
Como en La novela de Perón (1985) y Santa Evita (1995), el encanto de El vuelo de la reina nace en la seducción de su prosa directa y muere bajo el peso de ciertas reflexiones trasnochadas y huecas. «Una novela es una abeja reina que vuela hacia las alturas, a ciegas, apoderándose de todo lo que encuentra en su ascenso, sin piedad ni remordimiento, porque ha venido a este mundo sólo para este vuelo», señala el último párrafo del libro, y la banalidad parece estrepitosa en un Camargo que cita de memoria a Emily Dickinson, Franz Kafka y Gilles Deleuze. También a la manera del resto de su obra, Martínez instala El vuelo de la reina en la soledad del poder, político en sus novelas previas y periodístico en el ejemplo de Camargo, un personaje convencido (como las ficciones de Evita y Perón) de que «un hombre no puede ser él mismo sin la fuerza que irradia ante los otros, sin el respeto y el temor que inspira». De todas maneras, este poder no es tan complejo como el que recorreSanta Evita, y el narrador jamás se decide entre diseccionar la confusa mente de un poderoso o echarle la culpa de todo a la soberbia. ¿Camargo es soberbio porque es poderoso? ¿La soberbia es un rasgo de su debilidad infantil, más allá del poder que ciertamente ejerce? ¿O sólo se trata de un neurótico arrebatado, paranoico y enfermo como muchos? La novela no responde a estas preguntas, quizás porque el encargo editorial es demasiado estricto y rechaza todo aquello que viole sus límites.
En cualquier caso, ninguna otra novela de Tomás Eloy Martínez se ve tan forzada ni desconfía tanto de sí misma. En estas páginas, el pulso del texto no se entrega a un personaje memorable (Carmona en La mano del amo, Moori Koenig o el Doctor Ara en Santa Evita) o una investigación (La pasión según TrelewSanta EvitaLa novela de Perón), sino a una historia apuntalada una y otra vez por la complicidad con cierto público posible, como si ni siquiera el autor confiara en el valor y el peso intrínseco de algo que en realidad llega por encargo. Los guiños empiezan en la política (un senador contrabandea armas y un presidente pierde a su hijo en un accidente, igual que en la era menemista), siguen en la cultura (Camargo lleva a Reina a cenar con Amis, Ishiguro, McEwan y Barnes) y no terminan sino hasta la última página, donde el protagonista piensa en escribir una novela que se llamaría La mano del amo, es decir, como la que Martínez firmó en 1991. Esta seña, quizás la más inútil de todas a efectos de la historia, resulta especialmente llamativa porque se supone que El vuelo de la reina se habría presentado ante el jurado del Premio Alfaguara sin revelar ni sugerir el nombre de su autor. La explicación, si vale la pena ensayarla, habría que buscarla entre los pliegues de su origen y destino: un libro pedido por una editorial, premiado por otra, que sólo vuela por encargo y hacia paisajes pintados por el dinero antes que por la literatura. ~

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